martes, 1 de diciembre de 2009
Yasmina Khadra conjuga barbarie y poesía en Las golondrinas de Kabul
No puedo ocultar mi entusiasmo por Yasmina Khadra, pseudónimo femenino tras el que se esconde el escritor argelino Mohammed Moulessehoul. Había leído ya El atentado, Lo que sueñan los lobos y Los corderos del señor, obras que me habían impresionado profundamente. Sin embargo, Las golondrinas de Kabul va más allá, puedo decir que hasta el momento es mi obra favorita de Khadra, una novela corta pero de una gran intensidad, donde conviven los opuestos con total naturalidad: el amor y el odio, la poesía y la brutalidad. El autor nos introduce en la vida cotidiana de dos parejas que viven en el Kabul infestado de talibanes. Un carcelero que ya no ama a su mujer enferma, y una pareja de jóvenes licenciados que han visto como su vida ha sido rota en pedazos por los fanáticos. La novela es de una crudeza y un realismo escalofriantes, cómo los niños juegan a lapidar, cómo las ejecuciones públicas son algo totalmente asumido para los ciudadanos, y cómo cualquiera, y eso es lo que realmente produce un escalofrío porque podríamos ser nosotros mismos, se une a la barbarie aún sin quererlo. Una vez más, se demuestra que el hombre es un lobo para el hombre, y como ya sucediera en otras circunstancias extremas -la Alemania nazi o el conflicto de los Balcanes-, vecinos, universitarios, gente normal en definitiva y en apariencia cultos, se lanzan a la violencia y secundan a los que en un principio eran sólo un hatajo de criminales. L obra tiene un final demoledor y muy poético, que no voy a contar, pues supone un climax inesperado a todo lo que nos han contado antes. Es una novela fundamental, porque no sólo habla de Kabul o de los afganos, sino que refleja lo que viene siendo y será el ser humano, quizá si nos contemplamos en un espejo, logremos no caer en la tentación de unirnos a la masa y empezar a apedrear un cuerpo solo porque los demás lo hacen.
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