jueves, 27 de agosto de 2009
Fahrenheit 451 de Ray Bradbury
Acabo de terminar de leer Fahrenheit 451 (1953), la increíble novela de Ray Bradbury sobre una sociedad futurista donde se persigue a todo ser pensante, y en especial a los libros, que hacen que las personas se cuestionen las cosas y no vivan en un mundo de eterna felicidad pegados a una pantalla, quemándolos a 451 grados fahrenheit. Existen muchas distopías de este tipo, baste recordar Un mundo feliz (1932) de Aldous Huxley o 1984 (1949) de George Orwell, ambas excelentes y sobrecogedoras novelas. Pese a que no sea un tema nuevo, Bradbury consigue con su novela hacernos reflexionar sobre la falta de libertad que aún existe en nuestros días. Al parecer, en su momento, intentó ser una crítica a la caza de brujas del senador McCarthy, así como una denuncia a la quema de libros llevada a cabo por Hitler y a las bombas lanzadas en Hiroshima y Nagasaki. La novela es tan universal que aún hoy en día podemos aplicar muchísimos de sus conceptos: las masas alienadas pendientes de las pantallas de sus televisores cada vez más planas y grandes, y cada vez con contenidos más vacíos; los coches cada vez más veloces que impiden recrearse en el paisaje; la falta de ideas, y lo peor, la falta de interés por las ideas, por las letras y en definitiva, por la cultura. Bradbury traza un panorama desolador, que bien podría reproducirse en el mundo real, si bien de una manera algo más sutil, la quema de libros lleva a la quema de la individualidad y del ser pensante. Un mundo sin libros sería como un mundo sin ideas. Uno de los personajes reflexiona: "¿Se da cuenta, ahora, de por qué los libros son odiados y temidos? Muestran los poros del rostro de la vida. La gente comodona sólo desea caras de luna llena, sin poros, sin pelo, inexpresivas." No olvidemos que hoy en día siguen quemándose libros en muchos países, que se prohibe su lectura, como medio para controlar a las personas. Una vida sin libros sería una vida que no valdría la pena ser vivida. No hay una sensación tan maravillosa como la de sentarse en soledad con un libro entre las manos, olfatear sus hojas con olor amaderado -en el libro hablan de que huele a nuez moscada-, y sumergirse en su lectura, perdiendo conciencia del mundo que nos rodea e incluso de nosotros mismos. Los libros son la mejor máquina del tiempo que jamás se pueda inventar, la mejor pantalla en la que vivir nuestros sueños. Ahora, quieren quemarlos de otro modo, dejarnos sin esas increíbles páginas y darnos a cambio libros electrónicos sin aroma a naturaleza, sin alma, fríos. Yo por lo menos, como en la novela, me negaré siempre a ello, y esconderé mis libros, no dejaré que mueran bajo el fuego.
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